miércoles, 27 de julio de 2011

La ilusión de Francisco Marco

ANDRÉS AMORÓS / SANTANDER
Día 27/07/2011

La arena de esta Plaza no es dorada pero sobre ella puede nacer también el sueño del arte: el que ha vivido hoy felizmente Francisco Marco.
En el Hotel Real de Santander escribió Ignacio Sánchez Mejías uno de los capítulos de «La amargura del triunfo». En esta Plaza toreó una de sus últimas corridas, a la que asistió uno de sus amores, la francesa «Marcelita» Auclair, y José María de Cossío clamaba, en el tendido: «¡Ha vuelto la lidia de Joselito!» En Somo estaba Federico García Lorca, con La Barraca, cuando llegó la noticia de la muerte de Ignacio y comenzó a escribir su «Llanto». Aquí, los amigos del Aula de Cultura «La Venencia» van a publicar una antología poética sobre Juan Belmonte, a los cincuenta años de su muerte. Santanderino era Gerardo Diego: el más aficionado de los poetas del 27...
Francisco Marco, de Estella, vinculado a esta tierra, suele torear en Pamplona y Santander. Hoy tiene suerte con el lote y no lo desaprovecha. Su primero mansea, hiere en banderillas al peón José Luis González Batueca pero luego —típico atanasio— rompe a embestir en la muleta. Lo recibe Marco de rodillas en el centro; le da espacio; va acoplándose, ligando los muletazos. Transmite ilusión, ganas de ser torero. Al final, logra derechazos con temple. Con lo poco que torea, no sería justo poedirle más. Mata al encuentro: una oreja.
Pica bien al quinto Sangüesa. El toro se mueve, va de largo. Brinda Marco al fotógrafo Canito, una presencia entrañable en todas las Plazas, cerca ya de los cien años. El toro, un poco rebrincado, se deja y Marco lo aprovecha, intenta el toreo clásico: tira bien de él, consigue buenos muletazos ligados. Faena intermitente, rematada con una estocada desprendida. Los paisanos se lo agradecen con otra oreja, que le abre la puerta grande. ¿Le servirá de mucho? Así lo deseo.
La tarde empieza con mal fario cuando el primer toro aparece con la vaina del pitón derecho desprendido. El sobrero es alto, bizco y se apaga por completo: un buey bondadoso. Con su notoria facilidad, Ponce le saca naturales aseados pero el toro no dice nada: un guiso sin sal. Lo mata —para bien y para mal— sin despeinarse.
Intenta sacarse la espina en el quinto, incierto. Con maestría, lo imanta en la muleta. Brilla Enrique en una serie con la derecha, muy relajado, pero no se vuelca al matar. No está contento con su suerte en el sorteo.
Tampoco es lucido el tercero: corto, flojo, se quiere ir. Insiste Castella, aguanta, le grita una y otra vez: falta emoción. Agarra una buena estocada pero no se concede la oreja.
El último es también bueno. Saluda Ambel en banderillas.
Castella se queda muy quieto: verónicas, chicuelinas. Comienzo de faena brillante, con los habituales cambiados, que luego no decrece: muletazos largos, templados, que el toro toma bien. Le deja sentirse a gusto, por eso alarga la faena. La estocada caída deja todo en una oreja.
Al devolver el brindis, Canito tira su gorra blanca a Fracisco Marco: ¡cuántas cosas habrá visto esa gorrilla! Hoy, la ilusión de Marco, que se ha sentido torero, sobre esta arena cenicienta. Lo definió Gerardo Diego: «Sobre la arena pálida y amarga, / la vida es sombra, y el toreo, sueño».

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